He estado cenando con Carlos en el Kanada-ya de Piccadilly. Un lujo y un gusto todo: el ramen más rico que he tomado en mi vida y la conversación con él y el paseo de después, con helado incluido, por Chinatown y el Soho.
No conozco tanto a Carlos, desde que nos conocemos no nos hemos visto tanto como me hubiera gustado. Mi relación con él siempre ha sido a través de amistades comunes, sobre todo Leti y Bea. Pero las veces que he coincidido con él, y esta vez también ha ocurrido así, me ha parecido una de las personas con el pensamiento más positivo que conozco. De hecho creo que es la primera persona con la que hablo que lleva un tiempo viviendo aquí, y ya he hablado con unas cuantas, que relativiza todo lo malo que se suele contar de esta ciudad y lo pone en positivo: el frío y la lluvia, la falta de luz, los precios, las distancias, las posibilidades de trabajo y de ocio.
Así da gusto.
Me quedo con su visión de la vida aquí. Cuando pienso en qué quiero hacer cuando termine el curso o pienso en qué pasa si me proponen seguir el próximo año en el cole o pienso si quiero quedarme aquí aunque no me lo propongan, me surgen un montón de dudas. Me encanta oír cómo cuando le he contado alguna de ellas, me las iba desmontando de un plumazo y quitándole importancia a todas.
¡Seguimos!
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