Cada vez estoy más seguro de que los pequeños placeres son los verdaderamente importantes. Las pequeñas cosas que pasan de vez en cuando y hacen que la vida nos parezca un poquito más amable. Nada excepcional. No me refiero, desde luego, a los grandes acontecimientos, a los cambios que nos dan la vuelta a la vida y nos hacen seguir por un camino que ni siquiera imaginábamos. Esas cosas son importantes, claro, pero me refiero a lo pequeñito, a lo cotidiano, al día a día...
Después del instituto hemos estado tomando algo María y yo en el Earl of Londsdale. Un ratito de charla en la terraza. Un rato de complicidad y conversación.
Y ya.
Y luego paseando a casa.
Nada trascendente: sólo uno de esos pequeñitos placeres que hacen que la vida mole tanto.
Me gusta tu forma de escribir. Escuchando el canto del gallo y Annabel Lee.
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