Charles Darwin es uno de esos personajes que te encuentras de vez en cuando por Londres. Sin ir más lejos, y como no podía ser de otro modo, en el Museo de Historia Natural hay una estatua suya presidiendo el gran vestíbulo que te recibe al entrar en el edificio. Y de vez en cuando es fácil encontrarse alguna referencia a él o a su trabajo paseando por aquí y por allá en la ciudad.
Recuerdo que hace tiempo Adriana me contaba emocionada que, una de las últimas veces que ha estado por aquí, fue a visitar la casa en la que vivió Darwin, en la que trabajó durante años y donde escribió El origen de las especies. Creo que no está en Londres: tengo que investigar un poco y hacerme la excursión porque me apetece mucho.
No soy demasiado fetichista, pero para según qué cosas me encanta ver el lugar en el que cierta gente ha hecho ciertas cosas... Dos de mis momentos más fetichistas (y más culturetas, estará pensando alguien) de mi historia ocurrieron el mismo día. Y de los dos debo tener una foto guardada en alguna parte: de viaje por Alemania visité por la mañana la Iglesia de Santo Tomás en Leipzig, en la que trabajó muchos años Bach y en la que está enterrado, y por la tarde me tomé un café en la cafetería de la Escuela de la Bauhaus de Dessau.
Hoy, paseando cerca del British Museum, le he visto observando desde una ventana. Agazapado. Vigilante. Quizá consciente, y temeroso, de que según en qué círculos no corren muy buenos tiempos para la ciencia...
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Hoy he hecho otros dos descubrimientos: por la mañana he ido a ver el Sir John Soane's Museum. Otro de esos sitios que me habían recomendado varias personas, a las que me alegro de haber hecho caso.
John Soane fue uno de esos ingleses que en el siglo XVIII hicieron el Grand Tour, del que he hablado últimamente aquí un par de veces. Y tanto le impresionó lo que vio por Italia con ventitantos añitos, que ese viaje le marcó para el resto de su vida y de su obra como arquitecto.
Y luego, de camino a la Wellcome Collection para tomar un café, me he encontrado con la librería Waterstones, de la que me había contado Ana Manzanares que era la librería más grande del mundo (y creo que también me dijo más chula), y allí me he echado un ratito deambulando de una sala a otra y dejándome algunas pounds.
Y caminando iba pensando que ganar / Siempre es tentar a la otra cara de la suerte / Y que por eso te hacen daño los huesos / Cuando golpeas fuerte //
Y así se fue chasqueando los dientes / En memoria de algún actor / Cuyo nombre se ha perdido / Y que hacía de bandido //
Y sintió la alegría del olvido / Y al andar descubrió la maravilla / Del sonido de sus propios pasos / En la gravilla...
[El canto del gallo, Radio Futura, 1987]
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